Leticia Moreno (Madrid, 1985) camina con paso firme por los principales auditorios europeos abrazada a su violín Nicola Gagliano de 1762. Ganar el premio Echo Rising Star lleva aparejado una gira de 20 conciertos por todo el continente. Y en ello está: la Cité de París, el Barbican de Londres, el Musikverein de Viena, el Concertgebouw de Ámsterdam… “Muchos días me tengo levantar a las cuatro para coger una avión a las seis de la mañana”, explica a El Cultural. “Pero luego cuando estás tocando en estos espacios tan emblemáticos es un gozo”. La violinista madrileña aprovecha esta gira para desgranar en cada programa, entre Bach, Mendelssohn y compañía, alguna de las piezas de su último disco, Spanish Landscapes, grabado con Deutsche Gramophon y gracias al apoyo de la Fundación BBVA. Un trabajo en el que la vertiente más popular de Falla y Sarasate sirve para atraer al público hacia dos joyas casi soterradas: El poema de una Sanluqueña de Turina y la Sonata para violín y piano de Enrique Granados.
Pregunta.- La búsqueda de sus raíces. Ese fue el impulso original de Spanish Landscapes, ¿no?
Respuesta.- Nunca me había adentrado hasta ahora en el repertorio español… Empecé a sentir curiosidad y deseo, que se disparó cuando descubrí con la Sonata para violín y piano de Granados. Fue un momento de pura emoción y alegría. A partir de ahí seguí buscando más composiciones para violín. Encontré después El poema de una Sanluqueña de Turina. Otra joya escondida. Son piezas que apenas se tocan. Es triste: como si tuviéramos marginados en una esquina unos picassos cogiendo polvo.
P.- Estas obras soterradas las intercala con otras mucho más populares, de Falla, de Sarasate, del propio Granados. Buena estrategia.
R.- Sí, me parece fundamental conseguir un equilibrio. Quizá por los Aires gitanos de Sarasate algunos lleguen a las composiciones ocultas. He jugado con eso deliberadamente. Es lo mismo que hago en mis conciertos internacionales: en el repertorio más habitual (Bach, Beethoven, Mendelssohn…) incluyo algunas de las obras del disco.
P.- ¿Y cómo las digieren por ahí fuera?
R.- Pues yo creo que la inmensa mayoría no ha escuchado nunca ni la Sonata de Granados ni el Poema de Turina. Sin excepción se quedan maravillados. España es artísticamente un país riquísimo y nuestras obras fuera son valoradas. El CD se está vendiendo muy bien fuera, especialmente en Alemania, donde siempre me han acogido muy bien. Haberlas editado con el sello amarillo y exhibirlas por el mundo es para mí un honor.
P.- Además se empeñó en incluir la Nana de Sevilla de Lorca. ¿Cómo fue el proceso de transcripción?
R.- Muy natural, al igual que la transcripción que he hecho de la Danza n° 5 de Granados. Los arreglos de Kreisler me encantan pero quería que sonara más pura, para lo que he desglosado las voces. No tiene mayor importancia. Es un toque personal y sencillo. En el terreno de composición y arreglos ya he hecho mis pinitos: he escrito cadencias para conciertos de Mozart, que fue algo mucho más complejo, y quiero hacer lo mismo con algunos de Beethoven. Yo divido a los compositores en dos. Están los que piden que llenes sus partituras con tus propias emociones y los que te exigen que te metas en su piel y seas ellos. Rostropovich fue mi gran maestro en este trabajo de leer el espíritu de cada autor.
P.- Dice que Ana María Vera era la pianista “ideal” para compartir este proyecto…
R.- Sí, no tuve ninguna duda. Fue una decisión muy natural que no tuve que madurar nada. Con ella llevo tocando 8 o 9 años ya. Juntas tocamos en el Wigmore Hall de Londres. Ella ha grabado las Goyescas de Granados. Tiene una técnica y una musicalidad insuperable. El repertorio español exige una afinidad con la cultura muy precisa para poder tocarlo con hondura. Ella es mitad boliviana y mitad holandesa pero lleva mucho tiempo tocando música española, y se nota.
P.- ¿A usted le acunaban con Bach y compañía de fondo? Con dos años ya empuñaba un violín…
R.- Mi vocación por el arte siempre ha sido muy fuerte y mi formación artística muy completa. Era una alumna muy aplicada en mis clases de ballet, de pintura, escultura… También me encantaba montar a caballo cuando vivía en Estados Unidos. Allí un profesor descubrió mi capacidad para el violín. Se lo comentó a mi madre y pronto empecé a estudiar canto, violín y piano. A los 11 años, ya en España, me centré en el violín, tras aprobar mi examen de acceso a la Escuela Reina Sofía. Luego vino Alemania, Rostropovich y… hasta hoy. La música es el arte que más te empapa, porque las ondas sonoras rozan tu cuerpo. Para mí ha sido como un agujero negro que me ha absorbido.
P.- ¿Tiene intención de seguir ahondando en esta veta hispánica?
R.- Sí, pero hay que ir afianzando los pasos. Hay un Concierto para violín y orquesta precioso de Rodolfo Halffter que siempre he asociado a otro Concierto de Stravinsky. Siempre he pensado que sería buena idea unirlos en una grabación. Está también Roberto Gerhard, del que Esa-Pekka Salonen me decía que es fantástico. Y también hay sobre la mesa planes con el Concierto de Rodrigo.
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