Después de exprimir el género del microrrelato en sus últimos libros, Juan Pedro Aparicio (León, 1941) presenta Nuestros hijos volarán con el siglo (Salto de Página), una novela de 300 páginas que reconstruye un episodio poco conocido de la biografía de Gaspar Melchor de Jovellanos. Al final de una vida llena de desdichas que afrontó “sin desmayo, firme en sus convicciones y persuasivo en las formas”, el célebre escritor, jurista y político ilustrado español huyó en barco cuando las tropas napoleónicas asaltaron en 1811 su Gijón natal. Este libro recrea los ocho días que duró la travesía, truncada por una terrible tormenta, así como sus más ocultos anhelos amorosos, al tiempo que repasa la vida y obra del gran reformista, que representó como nadie “la posibilidad de un destino alternativo para España, más afortunado y menos traumático”.
Pregunta.- ¿Cómo y cuándo decidió escribir una novela sobre Jovellanos?
Respuesta.- Ni yo mismo lo sé. Quizá por mi raíz asturiana y mi contacto con Gijón. Jovellanos tiene una presencia total en la ciudad, allí todo lo bueno lleva su nombre. Hay un culto a su persona que a algunos les resulta empalagoso, pero a mí no. Por otra parte, entender aquella época es comprender mejor lo que nos sucede hoy. Los 200 años siguientes tienen sus cimientos en aquel baile entre los siglos XVIII y XIX.
P.- ¿Cómo habría sido España en esos 200 años si se hubiesen puesto en práctica sus ideas reformistas?
R.- Puede que fuera un poco utópico, pero Jovellanos creía, influido por su amigo lord Holland, que España tenía un paralelismo histórico con Inglaterra y que, por tanto, debería seguir un camino similar. En cambio, estaba en contra del camino francés, que fue muy abrupto al pasar de un feudalismo feroz a la revolución. No era un afrancesado. En todo caso, un inglesado.
P.- ¿Qué le atraía más de Jovellanos a la hora de construir una novela en torno a su figura?
R.- Es un personaje muy estudiado, con una docena de biografías interesantes y exhaustivas. Hay personas que han dedicado su vida a estudiar su figura, como José Miguel Caso o, en el siglo XIX, Julio Somoza. La vida y obra de Jovellanos es, pues, un terreno conocidísimo. Donde puede entrar el novelista es en dos o tres episodios de su vida que se conocen menos. De ellos, el que más me atrajo fue el de su huida. Por eso me centro en cómo se embarcó precipitadamente en un pequeño barco rumbo a Galicia junto a otras 70 personas cuando los franceses entraron por segunda vez en Gijón, y cómo un viaje de unas horas duró una semana y no llegó a buen puerto por culpa de una tormenta espantosa. Es una historia de supervivencia y de lucha contra los elementos.
P.- Hay algunas incógnitas en la vida de Jovellanos. Una de ellas es el motivo por el que, tras ser ministro de Gracia y Justicia con Godoy, él mismo lo encarceló en Mallorca.
R.- Lo que está claro es que él provocó la hostilidad de fuerzas muy poderosas, sobre todo de la Iglesia, que sentía sus intereses materiales amenazados por las propuestas de su Informe sobre la Ley Agraria. Esta pieza maestra de la economía española, de hecho, figuró en el índice de libros prohibidos por la Inquisición. Me inclino a pensar que esa fue la razón principal de su persecución, aunque había otras, como el hecho de que no era afrancesado. Eso podría haber provocado su caída como ministro a instancias de Francia.
P.- Debe de ser más difícil recrear la voz de Jovellanos que construir un narrador partiendo de cero.
R.- No he intentado recrear la manera en que se expresaría Jovellanos, porque habría quedado un libro amanerado. He intentado conseguir un tono que parezca de época sin serlo. Por otra parte, la evocación del viaje está contaminada por el estado de agonía en que se encuentra al narrarlo.
P.- Dice que Jovellanos “para algunos fue un Voltaire ilustrado, para otros un patriota a Machamartillo”. ¿Qué fue para usted?
R.- Él fue Jovellanos. Tenía una personalidad fortísima, es un ejemplo de hombre político, intelectual y hombre de acción que quiso poner en marcha sus teorías. Se impregnó de las ideas más avanzadas de su tiempo, pero no alocadas. Apostó por cambios que el país podía aceptar sin sufrir un gran trauma, porque tenía miedo a la pérdida del equilibrio. Fue un hombre de consenso.
P.- ¿Cuál fue su propuesta de reforma más avanzada?
R.- Por ejemplo, la reforma de la enseñanza fue una de las más interesantes que propuso. Creó el Real Instituto Asturiano de Náutica y Mineralogía [hoy lleva su nombre], donde puso el énfasis en el estudio de ciencias prácticas que fueran de utilidad para la realidad económica del país. Eso le causó problemas, una vez más, con la Iglesia. El cardenal Lorenzana no le dio la licencia necesaria para adquirir unos libros técnicos porque estaban censurados, algo que hoy nos parecería una locura.
P.- En la novela, Jovellanos alude a estas cuestiones, pero la peripecia se concentra en un episodio dramático, el de su huida de Gijón a bordo del Volante.
R.- La novela habla de la lucha por la vida junto a otras 70 personas hacinadas en un barco, con la carga biográfica de cada uno y que constituyen una muestra representativa de lo que era España en aquel momento.
P.- Sobre los 30 baúles que conformaban su equipaje, casi todo libros, circulaba el rumor de que en realidad contenían enormes sumas de dinero y joyas supuestamente adquiridas durante su etapa en la Junta Central.
R.- En esa época había en España una incipiente pero deficiente libertad de prensa, de modo que la opinión se formaba aún a través del bulo, que servía como arma política. Contra él se fabricaron esas calumnias de enriquecimiento ilícito, pero la verdad era opuesta: lo había perdido todo y tuvo que pedirle prestado a su mayordomo.
P.- Tras cultivar el microrrelato en sus últimos libros, ¿cómo se ha sentido al culminar una novela de 300 páginas?
R.- En el microrrelato uno se solaza, disfruta y se recrea. En cambio, llevo más de 10 años con esta novela, no escribiéndola, sino impregnándome de la época, del personaje y del contexto.
P.- Usted contempla la posibilidad de que Jovellanos quisiera, en aquella huida, llegar hasta su admirada Londres. Usted vivió allí como director de la sucursal del Instituto Cervantes. ¿Qué representa la capital británica para usted?
R.- Londres es una de las grandes creaciones de la humanidad. Es una maravilla. Se quemó completamente en 1666 y se rehizo cuando Inglaterra empezaba a ser el imperio mundial por excelencia, distinto del español. Una ciudad con énfasis comercial y aperturas al mundo entero, y culturalmente es una auténtica joya.
P.- ¿Qué escribe ahora?
R.- Estoy haciendo otro libro de relatos que ya tengo avanzado. Pero no son tan cortos como los micros. Son más bien semimicros.
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