El pasado literario de Darío Jaramillo (Antioquia, Colombia, 1947) se conjuga en presente en España. Reeditadísimos en Latinoamérica pero inéditos aquí, sus Poemas de amor (1986) coinciden estos días en las librerías con su primera novela, la enigmática y confesional La muerte de Alec (1983), de la mano de Visor y Pre-Textos, respectivamente. Aprovechamos la ocasión para revivir con el escritor aquel periodo de su andadura literaria y conocer sus impresiones sobre la poesía actual.
Pregunta.- Se editan por primera vez en España sus Poemas de amor, que tantas reediciones ha tenido en América. ¿Se reconoce aún en sus versos?
Respuesta.- No, fue otro. Otro que estaba enamorado y que escribió como cien poemas de amor mientras esto ocurría. De esos cien o más, apenas quedaron estos catorce que pasaron por la carpintería cuando ya todo había pasado, y fueron reescritos y retrabajados a lo largo de muchos meses.
P.- ¿Es el amor el tema más universal de la poesía? ¿Por qué nunca se agota?
R.- Tengo una hipótesis: el amor, el amor de los enamorados, el amor loco, ése, es un estado que está más allá o más acá de las palabras. El poema de amor les sirve a los enamorados para comunicarse. O la canción de amor. Por eso mismo, es muy difícil hacer poemas de amor porque requieren la pasión del que está enamorado y, a la vez, un buen trabajo con las palabras, pues es sabido que el buen poema se come frío.
P.- También se reedita, en Pre-Textos, La muerte de Alec, su primera novela. ¿Cómo recuerda su gestación? ¿De dónde le vino la idea del argumento?
R.- La historia central de la novela está en el título y lo que cuento, salvo algunas incidencias adjetivas, realmente ocurrió. Yo era un poeta a quien le pasó lo que está en la novela y tenía que deshacerme del nudo de hechos que se ordenaron tan misteriosa y armónicamente. Intenté un poema y no pude, varias veces no pude. Luego, seis o siete años después de que todo pasó, intenté una carta. Cuando la terminé la mandé a un concurso de novelas en vista de que no había concursos de cartas.
P.- Se nota que es una novela escrita por un poeta. ¿Aborda de manera similar la poesía y la narrativa?
R.- No, el poema aparece cuando le da la gana. A veces es esquivo durante semanas, durante meses. A veces parece generoso y uno está inspirado. Sí, creo en la inspiración. Creo en ella pero no confío porque uno puede estar inspirado y eso no es garantía de que pueda hacer un buen poema. En cambio la prosa, narrativa o ensayo, es algo más racional y mucho más planificable.
P.- El texto casi parece un ensayo sobre racionalidad y superstición. ¿Cuál es su postura ante lo esotérico?
R.- Es una contradicción: tiendo a no creer en nada pero temo negar lo desconocido.
P.- El destino es también un tema central de la novela. ¿Se puede ser racional y creer en su inexorabilidad?
R.- Otra contradicción íntima: soy de superficie racionalista pero no me niego que el destino está escrito y lo desconocemos.
P.- Estas dos reediciones son una oportunidad para releerse. ¿Suele hacerlo a menudo? En caso afirmativo, ¿qué sensaciones suele experimentar cuando lo hace?
R.- No tengo la sensación de haber hecho una obra. No me reconozco en lo que escribí antes. Siento que dentro de mi pellejo hay varios que se turnan, vienen y van, aparecen y se esfuman. Después de publicados, procuro no releer mis textos.
P.- Tanto en Colección de máscaras [dentro de Poemas de amor] como en La muerte de Alec, aparece Felisberto Hernández. ¿Qué le atrae del autor uruguayo?
R.- Es uno de mis iconos literarios. Adoro esa realidad elástica y misteriosa de sus historias, admiro que posea una imaginación que siempre linda con la poesía.
P.- Hace unos meses hablaba de los poetas invisibles de Latinoamérica. ¿A cuáles de ellos reivindica con mayor convicción?
R.- Renuncio a las listas. Más allá de que la intención sea buena, inevitablemente se prestan para agravios comparativos. Ya sabemos que no hay nada más antipoético que el ego de los poetas.
P.- De las nuevas generaciones de poetas latinoamericanos y españoles, ¿a quién sigue de cerca?
R.- Después de renunciar a las listas, me interesa destacar la vitalidad de la poesía joven en castellano, y su diversidad, cosa notoria con el mero seguimiento de revistas virtuales, blogs, páginas de autor y un sinfín de modalidades de comunicación de la poesía. En este universo, la mayoría son jóvenes y la pluralidad de tonos es cada vez mayor. Con este panorama, el libro en papel se convierte en un filtro de calidad, en una consagración. Por supuesto, también existen revistas que ayudan a trazar tendencias y a escoger entre la multitud de nombres.
P.- ¿Qué espera hoy de un buen poeta?
R.- Hoy en día un poeta, bueno o malo, ante todo, no está eximido de sus deberes sociales, comenzando por el respeto a los demás. Y como poeta, si de veras es bueno, tiene que escribir buenos poemas: parece una redundancia pero es necesario repetirlo.
P.- ¿Qué escribe y qué lee ahora?
R.- He estado de viaje durante las últimas semanas y cuando viajo no escribo. Acabo de terminar dos excepcionales libros de relatos: el primero de Juan Bonilla, Una manada de ñus (Pre-Textos), el otro del narrador mexicano Eduardo Antonio Parra, Desterrados (Era); y ahora mismo estoy acabando de devorar con avidez una desopilante novela del canadiense Mordecai Richler, La versión de Barney (Sexto Piso).
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