Antes de ser Franco fue Paquito, un niño ensimismado al que su padre, borracho y putañero, le sacaba la piel a tiras con el cinto un día sí y otro también. Después fue Franquito, el recluta enclenque en el Alcázar de Toledo que no ganaba para crueles inocentadas. Luego comandantín, general, Generalísimo, Caudillo, dictador y eterno superviviente. Todos esos perfiles arman el mosaico de un hombre al que la escritora y periodista Pilar Eyre (Barcelona, 1951) retrata con imponente detallismo en su último libro, Franco confidencial (Destino, 2013). En la línea de su anterior biografía sobre la reina Sofía, Eyre recompone aquí una biografía íntima, casi impúdica, trufada de privadísimos diálogos que llevan al lector a preguntarse en cada página, incrédulo: “¿cómo lo sabe?”. Y la forma de hablar, de moverse o amar, los gestos, los diminutivos que usaba, cada reacción, cada achaque, cada paso que dió. “Un trabajazo”, se ufana Pilar, para contar “lo nunca contado”.
Pregunta.- ¿Cómo contar “lo nunca contado” de una figura sometida a tan férreo marcaje por los historiadores?
Respuesta.- Se lo digo con toda modestia: existen miles de biografías sobre Franco pero el libro que he escrito yo no lo ha escrito nadie. Explico por qué se convirtió en lo que se convirtió, sus motivaciones, lo que le empujó, su infancia, sus sentimientos, cómo se enfrentaba al duro mundo que lo rodeaba. Nadie hasta ahora había tratado al personaje de esta forma.
P.- ¿Cuál ha sido la mayor sorpresa que se ha encontrado durante la escritura del libro?
R.- Sorpresas tenía todos los días. Piense que hay material sobre Franco desde que él era muy joven. Una de las cosas que he tenido que disipar ha sido la cantidad de leyendas de uno y otro lado que existen sobre el personaje. Pero es que Franco sale en los papeles desde muy temprano, desde su primer viaje a África, del que hay una primera mención en el periódico El Telegrama del Rift. Y desde entonces concedió entrevistas, todos los de su entorno escribieron biografías y él mismo intentó unas memorias que también he utilizado. Así, las sorpresas eran constantes, pero quizás la que me ha impactado más es la de su infancia. Freud dice que el carácter se forma antes de los siete años. La infancia de “Paquito” fue durísima. El hecho de que tuviera un padre maltratador y un acentuado complejo de Edipo le convirtieron en un adulto frío.
P.- Es interesante lo de la forja de la personalidad. Franco sufrió malos tratos de pequeño, abusos y humillaciones en la Academia militar y, escribe, en África perdió definitivamente “la piedad” fijando así un carácter que no sé si le parece acertado tachar de “cruel”.
R.- Bueno, yo lo definiría más bien como un hombre despiadado. África le chupó la piedad, la compasión y le convirtió en el militar puro y duro. Aprendió allí que la vida no tenía ningún valor. Hay un documental de la BBC que se rodó entonces, en los años 20, y uno de sus hombres relataba a cámara como Franco iba siempre en primera fila, se manchaba las manos de sangre, entraba el primero a la bayoneta en la lucha cuerpo a cuerpo
Y sus hombres se explicaban su sorprendente inmunidad diciendo que tenía “baraka”, que es como los moros llamaban a la suerte. Ni la vida de sus hombres, ni la suya propia, ni por supuesto la del enemigo, tenía ningún valor como muestran las fotografías sobrecogedoras de los soldados con cabezas de moros.
P.- ¿Disfrutaba de aquello?
R.- Cuando algún otro militar le llamaba la atención, respondía: “con nosotros ellos harían lo mismo”. Y es cierto, los caudillos moros eran también de una extremada crueldad: arrancaban la piel a los soldados -como le hicieron a Pereira, un compañero gallego como Franco-, les cortaban los testículos y se los metían en la boca aún vivos. Así era aquello. Cuento en el libro como en la primera batalla en la que Franco participó le llevaron la cabeza de un moro ensartada en una bayoneta y el la cogió y subido al caballo dio varias vueltas con ella en alto. Y sí, seguramente lo disfrutó.
P.- Pasan las páginas de su libro y vemos a Franco en sus momentos íntimos: dormido con la mano en la cadera de su mujer, sufriendo la fimosis o sopesándose los genitales hinchados. ¿No se le queda a uno mal cuerpo?
R.- Jajaja. Bueno, yo he buscado al ser humano debajo de ese monstruo, o de ese santo, que muchos ven. Y como ser humano estaba sujeto a las debilidades de la carne, de la enfermedad, de los años.
P.- Pero el rescate de muchas escenas y diálogos parece increíble. Como si estuviera usted bajo la cama
R.- Sí, pero todas las informaciones que salen son ciertas. Por ejemplo, las enfermedades: tuvo hipertrofia de próstata y le faltaba un testículo que perdió por una herida de guerra en el Rift. Cuando he hablado con los testigos, con las personas que lo conocieron, no me he interesado tanto por las anécdotas, que ya ya están contadas en cien mil sitios, sino más bien por cómo hablaba, cómo se expresaba, qué palabras usaba, cómo llamaba a su mujer, o al príncipe, cómo se movía, qué gestos hacía, si decía palabrotas, si se persignaba, si tenía acento gallego, qué comía, si fumaba
Todas esas cosas que luego me han servido, aunque no las utilice directamente, para dar verosimilitud a esos diálogos.Todas esas notas a pie de página que los historiadores de ceja alta no utilizan porque piensan que no son determinantes y, sin embargo, ahí es donde se esconde la personalidad de Franco.
P.- Afirmas que Franco se llevó tan mal con Don Juan como bien con su hijo Juan Carlos.
R.- Claro, es que nos hemos olvidado de que Juan Carlos estuvo a la sombra de Franco durante muchos años. Fue un amor a primera vista. Lo quería como a un nieto o, como alguien me ha dicho, como a su hija Nenuca. Se veía reflejado en él.
P.- Paquito, Franquito, comandatín, generalísimo, caudillo. Pero Franco es, al final de tu libro, sencillamente “el superviviente”.
R.- Es que la última etapa fue así. Se quedaba dormido en los consejos de ministros, se descubrió en sí mismo el Párkinson e intentó ocultárselo a su propia familia, una historia estremecedora y muy poco conocida
Sus últimos años fueron crepusculares, el otoño del patriarca. Y cuando matan a Carrero Blanco, entonces presidente del Gobierno, exclama: “me han robado la última ligazón que me ataba a la vida”. Y además fue un superviviente en otro sentido,que le intentaron matar un montón de veces sin éxito. Él decía: “esa señora, la muerte, ha pasado un montón de veces a mi lado y nunca me ha querido”. Tenía suerte de verdad, “baraka”.
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