En el año dual España-Japón, Acción Cultural Española expone en el Museo de Arte de la Prefectura de Fukushima Flores de invierno, un proyecto de José María Sicilia (Madrid, 1954) en el que indaga sobre la tragedia del terremoto y posterior tsunami que arrasó la costa de la región japonesa de Tohoku en 2011. El material principal con el que ha trabajado Sicilia son sonidos de muy diversa índole asociados a aquel desastre, traducidos a imágenes y esculturas en forma de sonogramas. Una selección de esas obras -14 banderas, dos esculturas y una instalación sonora- se presenta ahora y hasta el 19 de enero en Matadero Madrid, con la macabra actualidad que le confiere el tifón que acaba de arrasar Filipinas.
Pregunta.- Compara la tragedia de 2011 con los ukiyo-e, los típicos grabados japoneses realizados entre los siglos XVII y XX cuya traducción literal es “pinturas del mundo flotante”. ¿Dónde ve esa conexión?
Respuesta.- En la idea de lo efímero, que es una cualidad del tiempo, un lugar sin lugar que no tiene por qué significar nada.
P.- Dice que el accidente está íntimamente unido con la vida, que toda sustancia es materia para el accidente. ¿Deberíamos acostumbrarnos a ellos?
R.- Vivimos con los accidentes, los creamos y estamos en ellos. Forman parte de nuestro ser.
P.- ¿Viajó a Japón con la idea de hacer un proyecto artístico?
R.- No, en absoluto. Había investigado el suceso por mi cuenta, pero mi manera de informarme es trabajar sobre lo que estoy estudiando. Cuando viajo van surgiendo cosas. Luego me propusieron hacer un proyecto con todo eso. Originariamente, fui para dejarme llevar y estar con ellos, y así sugrió la idea de los talleres con niños y ancianos de la zona. Lo hice porque aquella experiencia me nutría, me alimentaba.
P.- ¿Cómo ayuda el arte a entender, asimilar o exorcizar un trauma como aquél?
R.- El arte no es un medio para llegar a nada. Es más, a veces puede ser hasta un obstáculo para entender las cosas. Es más bien la expresión de una pulsión. Yo no he querido ayudar a las víctimas, ni hacerles un homenaje ni compadecerlas, sino estar con ellas.
Un país llamado accidente, 2012.
P.- ¿Por qué le interesa la traducción de sonidos a imágenes y esculturas?
R.- Los sonogramas existen desde los años 40. Son una forma de dar a ver cosas, una forma de traducir e ir más allá, de congelar lo incongelable.
P.- ¿Con qué sonidos ha trabajado?
R.- He empleado tres tipos de sonidos: el estupor de la gente en el instante del terremoto y el posterior tsunami, a partir de vídeos de YouTube grabados en 20 localidades diferentes; el canto de los pájaros, para demostrar las similitudes entre cualquier expresión sonora, y los sonidos del maremoto recogidos por los hidrófonos de la Universidad Politécnica de Cataluña en el Mediterráneo.
P.- Además ha llevado a cabo talleres artísticos con niños y ancianos de Fukushima. ¿Qué les pidió que plasmaran en esos ejercicios?
R.- Que escribiesen lo que hacían justo antes del terremoto, que recrearan sus barrios con plastilina para luego destruirlos, trabajábamos la memoria recreando los primeros recuerdos de cada uno, hacíamos retratos colectivos…
P.- Los días posteriores a la catástrofe, llamó la atención del mundo entero la actitud comedida y serena de los japoneses. ¿Cómo lo vio usted de cerca?
R.- Tienen una actitud de enorme dignidad, de enorme respeto y enorme silencio. La gente no quiere hablar de lo que pasó.
P.- En sus reflexiones conecta el desastre nuclear de Fukushima con las bombas lanzadas por EEUU en Hiroshima y Nagasaki.
R.- Son dos episodios íntimamente ligados, que hablan de lo mismo. De ambos solo puede salir un gran “no” a lo nuclear.
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