Javier Limón (Madrid, 1973) es un agitador musical perseverante. Sobre todo en el flamenco, que lo ve como al país: en crisis. Los parámetros que determinan si una composición es flamenca o no se han ido estrechando en exceso en los últimos años. Y cada vez cabe dentro menos. Además, cree que las fórmulas acuñadas por visionarios como Camarón y Paco de Lucía se están agotando por su uso continuado e invariable. A ello hay que añadir la desgraciada desaparición de Morente y sus experimentaciones con las vanguardias musicales. Pero él no cae en el desánimo. Y para demostrar que esta música está bien cargada de futuro acaba de poner sobre la mesa un disco propio, Promesas de tierra (Casa Limón), en la que los gitanos funden sus palos con las armonías y melodías de músicos palestinos e israelíes, todos procedentes de la Universidad de Berklee (Boston), donde ejerce como director del Instituto de Músicas Mediterráneas.
Pregunta.- Todos los músicos que han intervenido tienen menos de 25 años. Dirigidos por el “abuelo Limón”. ¿Puede hablarse de un disco de madurez?
Respuesta.- Algunos incluso eran menores de edad. Y eso se nota: en la energía que ponen. Para mí es el primer disco que hago que puedo escuchar después de dos meses sin tener la sensación de que la he cagado. A lo mejor dentro de un año o dos no digo lo mismo, porque yo soy muy volátil. Al menos ya tengo claro cómo no se debe producir. Una lección fundamental. Ahora controlo mejor mis impulsos románticos y sé que lo que suena muy bien de noche en un bar, después de haber tomados unos güisquis, no tiene por qué sonar tan bien por la mañana, mientras mojas la magdalena en la leche. Aquí es donde está la prueba del algodón.
P.- Dice Raimundo Amador que cuando escucha la fusión que se hace ahora le dan ganas de suicidarse… ¿Le sucede lo mismo?
R.- Bueno, primero hay que advertir que el 100% del flamenco es fusión. Desde sus orígenes en que se fundía la música sefardí y árabe con la que traían los gitanos que llegaron a España entre el siglo XII y XV, hasta la Antología de Antonio Mairena. Lo que sucede es que ahora le falta identidad por la ausencia de Camarón y de Morente. Pero lo mejor del flamenco está por venir. Yo veo a chavales como el hijo de Tomatito y me quedo impresionado. Lo de la fusión tiene que ser un camino para abrir nuevos territorios, después de dominar la música de donde se parte. Cuando es peligrosa es cuando se utiliza como una excusa. Es decir, cuando un músico es mediocre y para tapar esa mediocridad se inventa un mejunje.
P.- Comenta que este no es un disco flamenco pero que lo será. ¿Cuándo los guardianes de la ortodoxia bajen la guardia?
R.- El flamenco se ha protegido indicando detrás de cada canción a qué palo pertenecía: soleá, bulería, alegría… Aquel disco que no llevaba esas indicaciones no se consideraban flamenco, como sucedía con los que grababa Paco de Lucía con Di Meola y McLaughlin. Eso fue un gran acierto, que a todos nos has ayudado aprender. Pero ¿por qué no se precisaba más diciendo por ejemplo cañas, romera…? Al final todo ha quedado reducido a diez palos. De eso es de lo que hay que liberarlo. Y te lo dice un loco del flamenco tradicional de Sabicas, Mojama… Lo que necesita el flamenco es una poda, por supuesto respetando su raíz.
P.- A los músicos gitanos aquí les ha cambiado los compases clásicos. ¿Le ha costado mucho meterles en el capote?
R.- Los gitanos son los mejores intérpretes del mundo. Tienen el ritmo en la sangre. Ellos no ven la necesidad de cambiar. Y cuando les llego yo con nuevas propuestas me miran como a un colgao. Pero una vez que le has convencido no hay quien los supere. Es como los afroamericanos en la NBA. A mí no me cuesta ya tanto. Se fían de mí. No en balde llevo 25 años trabajando con ellos.
P.- ¿Es la ausencia de Morente agitando el panorama la que la ha hecho lanzarse al albero?
R.- Bueno, por supuesto no me considero al nivel interpretativo de Morente. Y lo que ha hecho él para llevar a la vanguardia al flamenco es único e irrepetible. Además yo ha hecho mis experimentos. En su día ya fusioné el dodecafonismo de Schonberg con el flamenco y casi me meten en la cárcel. Lo importante de Promesas de tierra es que lo hecho con músicos nuevos y eso ha sido muy liberador.
P.- Con este disco quiere que el flamenco empiece a recorrer nuevos caminos. ¿En qué dirección?
R.- Hacia un enriquecimiento armónico, rítmico y estructural. En el plano polifónico hay muy poco trabajado. Se pueden hacer más arreglos y orquestaciones manteniendo la inspiración y la improvisación. No pasa nada porque haya algo pactado de antemano, si sirve para subir el nivel. Y pueden introducirse otros compases, que se adapten bien, como el 5/8 y el 7/8, muy extendidos en Grecia y también en Turquía, el país que actualmente tiene un folclor más diverso y rico. Y lo que tiene pendiente el flamenco, pero que se va a producir en breve, es su reencuentro con la India.
P.- Aquí ha unido músicos palestinos e israelís. ¿Diría que el disco tiene una vocación pacificadora?
R.- Los jóvenes de ambos lados están hasta los huevos del conflicto, ha dejado de interesarles. Hay muchos negocios que sobreviven gracias a la tensión en la zona y que no tienen nada que ver con los problemas prácticos de estos jóvenes.
P.- ¿Qué aporta cada bando a Promesas de tierra?
R .- Se complementan muy bien ambas tradiciones musicales. Entre los israelíes hay mucha huella de la pianística rusa y de la armonía de los contemporáneos alemanes. Poseen una gran sofisticación armónica. Los palestinos trabajan sin armonía por eso han de buscarse la vida con las melodías, ornamentalmente más complejas, más emocionales y menos pensadas. Digamos que los primeros ponen los arreglos (la sofisticación armónica) y los segundos la emoción (profundidad melódica).
Leave A Comment